
Gonzalo Espinoza-Bianchini es académico de la Escuela de Ciencia Política UDP. Cientista político y magíster en Psicología de la Universidad Diego Portales. Entre sus líneas de investigación se encuentran la identidad ideológica y moralidad.
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En política, algunas personas son de izquierda, otras de derecha. Algunos priorizan el crecimiento económico y otros la redistribución de la riqueza. Asimismo, algunos creen que la seguridad es lo más importante y, sin duda, otros creen que los derechos sociales son lo más relevante. Pero debajo de esas etiquetas y preferencias hay algo más profundo, ligado inherentemente a la moralidad. En general, hay un relativo consenso en que la moralidad de las personas es en mayor medida una intuición. La mayor parte del tiempo, los individuos expresan lo que entienden como “correcto” de forma casi automática y casi sin cuestionarlo posteriormente. Estas inclinaciones morales impactan en las elecciones, en donde la preferencia por uno o por otro candidato se puede entender desde los sistemas morales que tienen los ciudadanos. En este breve escrito, utilizando los datos de una encuesta aplicada por el Núcleo Milenio para el Estudio de la Política, Opinión Pública y Medios en Chile (MEPOP) la semana anterior a la primera vuelta electoral, muestro cómo la intención de votar por los cinco candidatos presidenciales más relevantes –Jeannette Jara, Evelyn Matthei, Franco Parisi, José Antonio Kast y Johannes Kaiser– está ligada, en mayor o menor medida, a la moralidad de las personas (Ver tabla).
La moralidad se ha estudiado desde diferentes perspectivas, siendo la Teoría de Fundamentos Morales (TFM), planteada por Jonathan Haidt a principios de siglo, una de las que más evidencia acumula a su favor. Para esta teoría la moralidad es una ventaja evolutiva que permitió a las primeras poblaciones humanas reducir el egoísmo y promover la cooperación social a partir del castigo sobre determinadas conductas o pensamientos. La TFM propone que la moralidad se compone, a lo menos, de cinco fundamentos: daño, justicia, lealtad, autoridad y pureza, alojados en dos dimensiones morales, la individualización y la vinculación. Una persona que tiene una moralidad centrada en los fundamentos de individualización, tiende a dar relevancia a la violencia ejercida hacia otras personas o animales (daño), así como también se preocupa de aquellas situaciones de injusticia, molestándose por lo que considera la entrega de privilegios o los abusos de poder (justicia). Por otro lado, las personas que tienen una moralidad centrada en la dimensión de vinculación apuntan a mantener unido al grupo, creando de forma más recurrente la distinción entre nosotros y ellos, priorizando el grupo propio (lealtad). Asimismo, muestran una mayor preferencia por la existencia de orden, jerarquía y reglas claras (autoridad), y ponen atención a lo que se percibe como contaminante o degradante, tanto física como espiritualmente (pureza). Esta descripción es necesaria, ya que la evidencia sugiere una relación importante entre dimensiones morales y posiciones políticas, en donde las personas de izquierda muestran una mayor tendencia a la dimensión de Individualización, mientras que la dimensión de vinculación se asocia más a posiciones de derecha.
La expresión de la moralidad en Chile (2025)
Al analizar primero las preferencias de quienes declararon intención de voto hacia los candidatos competitivos, pero que no alcanzaron a pasar a una segunda vuelta electoral, aparece un panorama fragmentado. Los electores de Evelyn Matthei, Franco Parisi y Johannes Kaiser parecieran moverse más por fundamentos de vinculación que individualización, aunque de manera diferente. Para los votantes de Matthei, el fundamento que importa es la lealtad. Para sus electores lo importante es estar del lado del propio grupo, no cambiarse de bando y mantener la palabra. Para Franco Parisi la historia es otra. En general, no aparecen efectos significativos en los fundamentos de daño, justicia, lealtad o pureza. Aunque sí importa la autoridad. A medida que aumenta la importancia que alguien asigna al orden, al control y a las jerarquías, crece su probabilidad de inclinarse por Parisi, pero en este caso es una autoridad menos ideológica que instrumental: la del jefe que ordena la empresa más que la del guardián de los valores tradicionales. Así, sus votantes parecen demandar a alguien que ponga límites, haga cumplir las reglas y administre mejor, sin necesariamente embarcarse en una cruzada moral conservadora.
En cambio, los electores por Johannes Kaiser combinan tanto la autoridad como la lealtad. Sus simpatizantes valoran el orden y la jerarquía, pero también se entienden como parte de un “nosotros” (¿los chilenos decentes?) amenazado que debe defenderse. Esa mezcla produce una derecha identitaria que no sólo quiere más mano dura, sino también proteger una comunidad moral frente a enemigos claros: feministas, inmigrantes, el ‘wokismo’. Mientras Matthei representa una derecha de pertenencia moderada y Parisi una derecha gerencial, Kaiser encarna la derecha de trinchera.
Ahora, hay un contraste cuando comparamos a los electores de Jeannette Jara y José Antonio Kast. En Jara encontramos el voto más moralizado de todo el cuadro. A medida que una persona puntúa más alto en daño y justicia, aumenta su probabilidad de votar por ella. Al mismo tiempo, cuando los fundamentos de lealtad, autoridad y pureza son más importantes, la probabilidad de apoyarla cae. Así, quienes se inclinan por Jara ven la política principalmente como una tarea de protección y reparación. Les parece moralmente inaceptable las pensiones bajas, que la salud dependa del dinero o que ciertos grupos sean sistemáticamente humillados, mientras que otros sean privilegiados. Asimismo, miran con recelo los discursos sobre restaurar la autoridad o defender la patria.
Esto tiene una implicancia política fuerte: la votación por Jara depende mucho de la moralidad de los votantes. Su apoyo está muy alineado con los fundamentos típicos de la izquierda, los de individualización. Eso es una fortaleza, ya que es más fácil dar coherencia a su proyecto; pero también es una limitación electoral. Si sólo habla a quienes se movilizan por daño y justicia, deja menos espacio para quienes, sin ser de derecha, se preocupan también por la lealtad al país, el respeto a la autoridad o el orden cotidiano en sus barrios. Así, una estrategia razonable pasaría por aprender a traducir sus fundamentos hacia registros que hoy no son los suyos: mostrar que proteger a los vulnerables también es una forma de cuidar a la comunidad; que respetar los derechos es compatible con exigir respeto a las reglas o que combatir la desigualdad puede ir de la mano con combatir la delincuencia. En otras palabras, hablar los códigos morales de quienes hoy no están en su campo.
El caso de Kast es justamente el contrario. Sus discursos se presentan como un proyecto moral muy claro: familia tradicional, autoridad fuerte, orden y regulación de la migración. Y, efectivamente, los resultados muestran que aquellos que tienen una moralidad centrada en la autoridad aumentan la probabilidad de votar por él. Eso sí, no se percibe un patrón robusto en lealtad o pureza, mientras que aparece una relación negativa en daño. Entre quienes ponen el sufrimiento ajeno en el centro de su moralidad, la candidatura de Kast pierde atractivo. Su electorado promedio, entonces, prioriza el orden mucho más que la preocupación por las consecuencias humanas que ese orden puede tener.

Ahora bien, ese perfil moral, aunque existe, no es tan determinante como en el caso de Jara. La relación entre fundamentos morales y voto por Kast es más débil, sugiriendo que una parte de quienes se inclinan por él no lo hacen porque comparten su visión sobre lo bueno y lo malo, sino por razones ligadas al contexto –como la aprobación al gobierno o la inseguridad percibida. Quien percibe que la delincuencia está fuera de control o que el Estado es incapaz de hacer cumplir la ley puede ver en Kast una opción eficaz, aunque no se identifique con su moral conservadora. De esta forma, el voto por Kast pareciera ser instrumental, en donde se apoya al candidato percibido como más duro o claro en seguridad, más que al portador de una moral compartida.
Claramente, de ahí se desprende una advertencia evidente: Una victoria de Kast no se podría leer como la prueba de que la mayoría del país piensa como él en los temas valóricos. Los datos apuntan a un apoyo condicionado por el clima electoral más que a una conversión moral masiva de la sociedad chilena. Así, si por alguna razón llegara a confundir este respaldo instrumental con adhesión moral correría el riesgo de sobre interpretar su apoyo y abrir rápidamente una brecha entre gobierno y ciudadanía.
A modo de conclusión, pareciera que los datos confirman una intuición sencilla pero a menudo olvidada: la política es profundamente moral, pero no siempre de la misma manera para todos. Algunas candidaturas se sostienen casi completamente en una brújula moral clara –como Jara–; otras se levantan sobre una mezcla de lealtades, demandas de orden e irritaciones con el contexto –como Kast y el resto de la derecha. Entender estos patrones no reemplaza la discusión programática, pero ayuda a formularla mejor. Porque al final, detrás de cada “me gusta” o “no me gusta” en una encuesta, hay personas respondiendo a una pregunta básica: quién, según su propia moral, está más cerca de lo que consideran justo, seguro y deseable para el país.