
Magdalena Saldaña, profesora asociada de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Directora Alterna del Núcleo Milenio para el Estudio de la Política, Opinión Pública y Medios en Chile (MEPOP), e Investigadora Principal del Instituto Milenio Fundamentos de los Datos (IMFD).
Correo electrónico: [email protected]
Las encuestas de opinión pública tienen una influencia relevante en los procesos electorales, afectando la evolución de las campañas, la convocatoria de voluntarios, y la recolección de recursos económicos.
Por ende, la rigurosidad en la aplicación de encuestas es crucial para la democracia. La agudización en la circulación tanto de desinformación —contenido falso difundido deliberadamente para engañar a las audiencias (Wardle, 2017)— como de información errónea —contenido incorrecto o impreciso generado a partir de rumores o ambigüedades (Valenzuela et al. 2022, Vraga & Bode, 2020)—ha sido ampliamente estudiada en periodos eleccionarios. Tanto es así que la Unesco enumeró una lista de los 10 tipos de desinformación electoral más comunes en América Latina y el Caribe, entre los que se encuentran las acusaciones de fraude, de personas fallecidas votando, y las “falsas encuestas”: contenidos falsos que imitan los formatos de encuestas verdaderas para anunciar resultados o tendencias que benefician a algún partido (Unesco, 2024).
Hace sentido que una encuesta falsa sea vista como una amenaza a la democracia, en tanto no representa el sentir del electorado. Pero, ¿qué ocurre cuando las encuestas verdaderas tampoco representan el sentir del electorado? ¿Se puede hablar de encuestas que desinforman (o que informan erróneamente) a los votantes?
En la elección presidencial de 2017 vimos un ejemplo de encuestas que desinforman. Los candidatos en esa ocasión eran Carolina Goic, José Antonio Kast, Sebastián Piñera, Alejandro Guillier, Beatriz Sánchez, Marco Enríquez-Ominami, Eduardo Artés, y Alejandro Navarro (Navia, 2017). El clima electoral indicaba que Sebastián Piñera no sólo era el candidato favorito, sino que hasta tenía posibilidades de ganar en primera vuelta (Navia, 2017). La mayoría de las encuestas pronosticaba un 45% de apoyo para Piñera, seguido de Alejandro Guillier, con un 23%. En un lejano tercer lugar venía Beatriz Sánchez, con cifras que oscilaban entre un 9% (CEP) y un 14% (Cadem) de las preferencias a semanas de la elección (Cooperativa, 2017; Espinoza, 2017). Sin embargo, los resultados de la primera vuelta estuvieron lejos de estas predicciones: Piñera obtuvo un 36,6% de los votos, Guillier un 22,7%, y Sánchez un 20,3% (Servel, 2017).
La BBC señaló que la candidata “enfrentó una dura campaña que se desarrolló bajo la sombra de las encuestadoras y la mayoría de los analistas chilenos, que, en general, plantearon que la conductora no lograría más del 10%” (Molina, 2017; para. 2). La conversación post elecciones especuló si Sánchez habría pasado a segunda vuelta de no haber sido por las encuestas. La misma Sánchez lo planteó abiertamente, al señalar que “si las encuestas hubiesen dicho la verdad, a lo mejor sí estaríamos en segunda vuelta” (Águila & Salvo, 2017; para. 1). La percepción de voto perdido hacia a una candidatura que supuestamente no tenía chance pudo influir en que los votantes prefirieran apoyar a Guillier, o bien no se presentaran a votar en una época donde el voto no era obligatorio, causando esa diferencia de dos puntos porcentuales entre Sánchez y Guillier.
Fast forward a 2025. El candidato Franco Parisi, en su tercera incursión presidencial, figuraba en el tercer lugar de las preferencias según la encuesta Pulso Ciudadano, con un 16% de apoyo a dos semanas de la primera vuelta (Silva, 2025). No obstante, otras encuestas lo situaban en cuarto o quinto lugar (T13, 2025), y en algunos casos aparecía con menos del 10% de las preferencias (Vicuña, 2025). Nuevamente las encuestas (o la mayoría de ellas) estuvieron lejos del resultado real, ya que Parisi obtuvo un 19,7% de los votos, logrando el tercer puesto en la elección detrás de Jeannette Jara (26,8%) y José Antonio Kast (23.9%) (Servel, 2025). Si bien no estuvo tan cerca de pasar a segunda vuelta como lo estuvo Beatriz Sánchez en 2017, Parisi se refirió en duros términos hacia las encuestadoras que proyectaron un apoyo popular muy por debajo de los votantes reales, señalando que “nos manipularon las encuestas. De hecho, yo creo que perdimos bastante con esto que decían que era voto perdido” (CNN Chile, 2025, para. 3).
La idea de voto perdido es un concepto estudiado por la literatura, la cual distingue entre el votante estratégico y el votante sincero (Blais & Degan, 2019). El votante estratégico es aquél que desea que su voto cuente y haga una diferencia, es decir, que su voto “no se pierda”. Por lo mismo, si su candidato tiene poca chance de ganar, el votante estratégico podría apoyar a un candidato que tal vez no sea su favorito, pero que tenga mayores posibilidades de resultar vencedor.
El votante sincero, en cambio, votará por quien mejor represente sus preferencias políticas, sin importar su probabilidad de éxito.
Los estudios muestran que la mayoría de las/los ciudadanos son votantes sinceros (Blais & Degan, 2019); sin embargo, el grupo de votantes estratégicos es vulnerable al clima electoral, altamente afectado por lo que indican las encuestas. El estudio de Tyszler y Schram (2016) muestra que los votantes estratégicos son significativamente más proclives a cambiar su voto cuando a) cuentan con información que les dice quién va ganando y b) cuando esa información indica que el candidato de su preferencia va perdiendo.
En este escenario, no podemos negar que la influencia de las encuestas de opinión pública es significativa, al menos para este grupo de votantes.
Los votantes que no se informan, por otra parte, tienen pocos incentivos para votar estratégicamente (Blais & Degan, 2019); lo más seguro es que no sepan qué propone cada candidato, o quién lidera las encuestas.
En el caso chileno, las encuestadoras han explicado que siempre hay sesgos, que es difícil llegar a ciertos grupos del electorado, y que muchas personas no quieren responder encuestas. La subestimación de Parisi en las encuestas se explicaría porque su electorado (descrito como antisistema y desconfiado de la política) es difícil de captar en estudios de opinión pública (Vicuña, 2025).
Si bien todo lo anterior es cierto, se necesita más análisis crítico sobre la capacidad de las encuestas para estimar parámetros poblacionales a partir de muestras no representativas ni probabilísticas.
En estricto rigor, una muestra probabilística es aquella donde todos los casos de una población tienen la probabilidad de ser incluidos en la muestra (Thompson, 2002). Como esto es muy difícil de lograr con una población de votantes a nivel nacional, las encuestas recogen datos a partir de muestras donde diversos grupos de la población están subrepresentados, como son los segmentos más pobres, la población rural, los habitantes de zonas extremas, y las minorías étnicas. Y si bien la mayoría de las encuestas explica la metodología que utiliza para recolectar datos (Haas, 2025), esta explicación no siempre es comunicada en la cobertura noticiosa, ni comprendida por la mayoría de los votantes.
En consecuencia, el votante estratégico podría cambiar su voto en función de encuestas cuya metodología no permite realizar estimaciones válidas ni confiables (al menos para ciertos candidatos). Creyendo que está informado, el votante estratégico podría votar mal-informadamente, utilizando insumos informativos que son imprecisos, o derechamente erróneos.
No podemos hacer ciencia ficción política ni asegurar que, de no ser por las encuestas, los resultados electorales serían distintos. Pero sí podemos hacer hincapié en que las encuestadoras tienen una responsabilidad social relevante, tal vez mayor que la que les atribuimos al estar en medio de la vorágine eleccionaria.
La mayoría de las críticas suelen apuntar al papel de los periodistas y los medios, quienes tendrían un “temor reverencial” hacia los metodólogos, publicando resultados de encuestas sin mayores cuestionamientos periodísticos ni metodológicos (Etchegaray et al., 2025). Esta es una crítica válida y acertada. Sin embargo, no hay que matar al mensajero – las encuestadoras tienen la obligación moral y ética de proveer información que eduque e informe a las/los votantes, no que los lleve a tomar decisiones con fundamentos cuestionables.
El valor de las encuestas es innegable. Nos permiten conocer tendencias, climas de opinión y cambios en el tiempo, y son un insumo sumamente valioso para construir ciencia social. En el MEPOP realizamos encuestas transversales y cross-seccionales todos los años, a fin de observar el consumo de noticias y el comportamiento político de la ciudadanía. Pero tanto nuestros estudios (ej. Saldaña et al., 2024) como la literatura internacional (ej. Craig & Gainous, 2024; Jolley et al., 2022) coinciden en que la desinformación y la información errónea tienen efectos reales en cómo las/los ciudadanos deciden su voto.
No dejemos que una herramienta tan importante como la encuesta de opinión pública pierda su norte.
Referencias
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